viernes, 4 de marzo de 2016

UN KIOSQUERO CON FANTASÍAS SUICIDAS V

No corremos hacia la muerte;
huimos de la catástrofe del nacimiento.
Emil Cioran

Mientras estoy en el andén distraído, con un libro o viendo gente pasar, no pasa nada. El tren llega y me subo. Pero hay mañanas en que todo se vuelve más denso. No puedo estar distraído, leer un libro me deprime y la gente es una mancha deformada de color gris y pastel.
Estoy ahí, raro, nervioso, una sombra negra delante de mis ojos, pensamientos rápidos, el cuerpo rígido. Y pensar en la muerte cuando se acerca el tren a la estación es más fácil, es lo que sigue. Después la inevitable tentación de tirarme abajo un segundo apenas un instante antes de que llegue, no dar tiempo a nada, a ningún grito histérico, ni siquiera al arrepentimiento. Dicen que es una muerte rápida si te agarra de lleno aunque no me preocupa el sufrimiento ni quiero saber si sólo morimos una vez. Todavía más inexplicable es el pasaje de estar vivo a estar muerto, el misterio del cambio. El vacío. En las noches que me cuesta dormir pienso que podría no despertar; pero al final despierto, llego a la estación, no veo gente, no tengo ganas de leer nada, no hay nada que me distraiga del inconveniente de haber nacido y camino por el lado opuesto al borde pintado de amarillo y gastado. Para darle tiempo al arrepentimiento y no dejarme llevar por el impulso de correr y saltar antes de que el tren pase.

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