No
entiendo todavía qué me lleva a escribir lo que voy a escribir.
Pero tiene que ver con una sucesión de hechos, un estado de ánimo y
la vaga sensación de que hay algo fuerte que mueve todo; nosotros,
conductos trasmisores de ese algo que no sé qué es ni cómo
funciona.
El
primer sábado de agosto festejaba su cumpleaños Guillermo, un
amigo de Laura. Su casa, un departamento en el octavo piso de un
barrio inundado de edificios altos. La vida vertical, paradojas de la
seguridad, juego de luces que desnuda toda intimidad. Era una noche
calurosa, desde el balcón el aire de alturas ponía en ridículo al
fino vientito caliente de un ventilador en cámara lenta. Todos
apiñados afuera, en el balcón; distraídos, a unos pasos del vacío
abismo. Me acerqué con la espantosa curiosidad de quien no puede
dejar de ver lo peor de las cosas. Como quien no puede dejar de ver un perro tirado en
la ruta cuando solo se trata de un parche de rueda de
camión. Volví rápido a la seguridad de un sillón gris, cómodo, en
el que me fui hundiendo cada vez más. Imaginé que un viento negro,
una mano invisible me arrastraba al precipicio y en el recorrido
empujaba a otros al vacío. Veía caer a dos o tres. Casi
sin tiempo para reaccionar me aferraba a la baranda pero algo,
en un último impulso, soltaba mi mano y caía sin más remedio
al vacío.
No
conocer a mucha gente ayudó a mantenerme alejado del
balcón y aferrado al sillón gris. En un momento de la noche,
se sentó al lado mío un chino. No parecía sufrir la misma fobia
que yo pero algo de miedo tenía porque me habló, le entendí muy
poco y tardó unos cuantos minutos en irse. Al rato apareció una
pelirroja que no dejaba de mirarme la boca, yo tampoco de ver
cómo miraba y cada dos frases largas mojaba sus labios con la
lengua. Labios que brillaban. No era amiga de Laura pero la conocía.
La noche densa contagió a mi boca. Calculé todo para
ir solo una vez al baño y evitar alguna crisis. Laura se perdió
entre amigos que hacía tiempo no veía y seguro que no volvería
a ver por mucho tiempo más. Quizá hasta el próximo cumpleaños de
Guillermo, salvo que se case o tenga hijos, que es cuando, supongo,
dejará de festejar sus cumpleaños entre amigos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario