domingo, 31 de enero de 2016

SESIÓN DE UN ASESINATO ANUNCIADO

Yo sé que usted me entenderá. Estaba ahí, mirándome todo el tiempo. No me dejaba ni un segundo en paz. Pero nunca imaginé de lo que sería capaz y sólo deseaba que todo termine como cuando sufro las pesadillas. Aunque le confieso que ni siquiera ahora puedo estar segura de que todo haya terminado.
La vi por primera vez una mañana mientras regaba mis hortensias en la entrada de casa. Sentí su mirada fija en mí. Esa mirada que obliga a girar la cabeza. Estaba ahí, a un par de metros con los ojos inmóviles, apuntándome de una manera siniestra.
Me asusté, tiré la regadera, corrí hacia la puerta, cerré sin mirar atrás. Apoyé mi espalda contra la puerta y me dejé caer mientras buscaba las llaves en mis bolsillos pero no estaban. Por la mirilla las vi apoyadas en el macetero. Maldije mi suerte. Por suerte tenía el pasador que le hice poner a Julio aquella vez que quisieron forzar la cerradura. Algo bueno hizo el sinvergüenza. Encerrada como estaba no tenía más opciones que seguir con las tareas de la casa. Tocaban los pisos. No sabe con qué facilidad se acumulan suciedad y gérmenes. Pero al poco tiempo me quedé sin productos. Y usted me entiende, ni loca se me cruzó salir a comprar mientras persistiera en su posición vigilante.
Me encerré en la habitación, sentada en la cama, el movimiento de mi cuerpo quería alcanzar al de mis pensamientos, necesitaba arrancarme de ese momento. En el colmo de mi desesperación me di cuenta de que ella sólo quería desgastarme y aprovecharse de mí.
Esa noche la escuché arrullando, un canto desesperado que imploraba atención. Tengo que reconocerle que entre sueños me dejé llevar por ese lamento encantador y hasta dormí en paz, una tregua de madrugada.
Pero a la mañana siguiente en un descuido mientras limpiaba las ventanas casi entra. Justo a tiempo cerré y hasta la llegué a lastimar, dio un salto rápido que dejó sus mugrosas plumas esparcidas en el piso. No puedo borrarme la imagen de esos dedos arrugados, rojos y las horribles uñas negras apoyadas en el borde de la ventana. La descarada violación a mi propiedad me envalentonó, fui a la cocina y busqué el cuchillo de hoja ancha, ese que el desgraciado de Julio olvidó entre tantas otras cosas. Ya sé, usted me dirá que es el mal de nuestros tiempos, y que tiene su lado positivo: hoy, si la gente no está feliz con quien está se separa. Pero yo lo quería y él se fue, huyó como un cobarde sin darme ninguna explicación. Me dejó sola al frente de la casa. No puedo dejar de sentirlo como una traición.    
Pero volviendo al tema que me trae hoy. Pasaron dos días y no apareció; herida, lo sé, en su orgullo de omnipotente ave degenerada. Fue solo una estrategia más. Ni la muerte detiene a los obsesos. Siempre vuelven para asustar a la gente con sus maquinaciones.
Y fue entonces, la tarde del tercer día, moría el sol en el silencio de la casa cuando escuché unos pasos; al principio no supe de dónde venían. Miré hacia la ventana pero no había nadie. Luego oí otros pasos, todavía más cercanos. Eran pasos lentos, arrastrados, pesados. Como de anciano. Me acerqué despacio a la puerta de entrada, aferré el cuchillo como nunca, dispuesta a enfrentarme a lo peor. Por la mirilla vi que sostenía mis llaves, las balanceaba rápido como una sortija, premio a su persistencia, sólo veía esos dedos arrugados, y la piel consumida y pálida. Escuché una vocecita, algo inentendible, como un canto agudo y afónico. Parecía amable pero entre sus dedos, al alcance de mi mano tenía por fin mi libertad.
Abrí la puerta, no le di ni un segundo de ventaja. No quiero volver a ese momento pero tampoco puedo olvidarme. Sólo vi esos ojos brillosos que no parpadeaban y esa horrible quietud tan suya. Yo lo único que quería era que cerrara esos malditos ojos inmóviles. Sin mirarla clavé una y otra vez el cuchillo en su pecho hasta que cayó junto con las llaves. Vine lo más rápido que pude a recuperar la sesión perdida. Solo espero que al volver alguien haya recogido el cadáver que tuve que empujar para salir de casa y cerrar con llave.

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