martes, 15 de marzo de 2016

CAMBIOS

Con la mirada perdida hacia adelante, en un punto ciego imposible. La vista, a veces, en una mancha del otro lado. Tan despacio los ojos, de arriba a abajo, sólo sombras imprecisas de colores serios, de trajes. Disimula, hace chistes si le hablan de lo que hace tiempo se venía hablando y por fin se cumplió.
Está parado ahí adentro, no usa el sillón giratorio de cuerina deshecha. Aprieta los botones como si fuera un pasajero más. Resuena en su cabeza una frase sin sentido: «Guarda con el escalón». Esa imperfecta unión con la máquina. Se mantiene ajeno al refugio de una conversación de rutina destinada a morir casi antes de nacer. Ahora el movimiento vertical en el silencio le advierte de una improbable caída que tal vez lo distraiga de la abulia, del aburrimiento.
El tablero de aluminio con números digitales rojos reemplazó a la palanca de hierro oxidada que está en el mismo lugar como reliquia del siglo pasado que fue ayer, o al menos eso parece. El ascensorista se mira al espejo, se toca la panza, se acaricia la cabeza. Recuerda el manejo de la palanca, los dedos sobre controles de mando que sólo él entendía, marcando al compás de una música de radio portátil.
Pero esa rutina un día se quebró dejando sólo  cosas que no puede asimilar. Porque alrededor no cambia nada. Será lo que llaman la fuerza de adaptación. El amor al oficio entre la indiferencia de la gente. Fichas cayendo de un tragamonedas sordo. No existe palabra en el diccionario que distinga al huérfano de oficio. Tanto machacan con que lo nuevo es mejor, más fácil y rápido que todo eso se te mete en la piel y cuesta creer que la mayoría de las cosas que se suponen indispensables para vivir no son más que artilugios de una mente confundida que se pierde y alimenta de todo lo que consumimos a diario.
—Buen día, señora.
—Hola.
—¿Piso?
—Quinto, por favor.
Ella está ahí adentro, y como único testigo ciego de su secreto resplandor el ascensorista. Recuerda cuando quiso enterarse de lo que ya sabía. La intuición que se atribuye a un cierto sentido sólo brilla cuando tiene razón. En el principio fue el deseo de venganza. Pero se aferró a los consejos del psicólogo: mirate al espejo, recuperá la humillación, qué importa el qué dirán. Como si fuera fácil. Piensa demasiado, como pensó siempre pero no quiere dar marcha atrás. A sus cuarenta años y después de ser madre se cuida y todavía mantiene el pelo largo y rubio. Piensa que el tiempo, la rutina quizás tengan la culpa, o tal vez siempre pidió demasiado, cosas que ya no están, porque no hay pasión, el sexo se vació de deseo, de todo, porque ni se miran a los ojos y no pueden ni sostener un beso, no hay música ni baile, casi ni se hablan, convirtieron al amor en la aburrida y mecánica vida adulta de dos indiferentes. La necesidad de alguien que te escuche y de alguien a quien escuchar. Pero no olvida la herida que nunca se permitirá perdonar. Por más terapia de pareja que hagan, por más que no pueda imaginarse la vida sin él y por más que no pueda llevar de la mano a la soledad y la maternidad la traición duele, le provoca odio en el cuerpo.
—¿Cómo está el tiempo afuera?
—Horrible.
—Suerte que es viernes, falta poco.
—Sí.
Corre porque no llega al colegio a buscar a los chicos y en una esquina se lo lleva puesto. Ella diría después que él se la llevó puesta: ella sabía dónde iba, él, en cambio, caminaba distraído mirando el cielo sin nubes o un árbol. Al chocar se le cae el celular, porque ella puede hablar mientras corre. Él se agacha, ella lo mira con un odio distinto al que siente últimamente. Él recoge los pedazos de celular tirados en la vereda. Ella se agacha con la intención de mantenerse odiando pero no puede porque está cansada, porque, en definitiva, ese tipo no tiene la culpa y, porque en el fondo de todo, aunque todavía no pueda verlo claro, descubre el nacimiento de algo, como si se tratara de buen recuerdo del futuro poniéndose en marcha. Agarra una birome de su cartera, anota un número en la mano de él y sigue corriendo con los pedazos de celular en la mano.
—Quinto.
—Chau, gracias.

1 comentario:

  1. Muchas veces necesitamos hacer cambios en nuestras vidas para seguir adelante con ellas.
    Has escrito un buen relato, Juan. Te felicito.

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