martes, 2 de febrero de 2016

UN KIOSQUERO CON FANTASÍAS SUICIDAS II

Lo más triste del paso del tiempo es la capacidad que tengo de acostumbrarme a perder. Y lo peor: cada vez molesta menos. Tengo el cuerpo dolorido, me arrepiento de no elongar aunque tenía la excusa de la derrota. La gran ventaja de la derrota por sobre la victoria; hasta se ve con malos ojos festejar. Gracias a los perdedores la victoria se vive con culpa.
Cuando llegué a casa Laura había preparado algo de comer: una carne al horno, muy buena, pesada y grasienta. Pero no dejó de hablarme de problemas de trabajo que intento recrear ahora como puedo: tenía que aguantar al bicho de María o Mariela, no estoy seguro de cuál es cuál, tiene que ser Mariela porque María está muy buena, que le chupaba las medias al jefe que era muy fácil de manejar. Fuimos a la cama y ella seguía hablando y decía que para colmo tenía que aguantarse la mirada de los demás compañeros que se habían creído las boludeces del mal bicho ese y yo me adormecía y escuchaba menos hasta que no escuché más al punto de no saber si lo que escribo ahora es lo que dijo o se mezcló en un sueño o una pesadilla en la que me encontraba en el trabajo de Laura viendo todo desde adentro, pero nadie me veía, Víctor pasaba y le tocaba el culo a Laura, María y Mariela se besaban, el jefe miraba excitado toda la escena.

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