viernes, 5 de febrero de 2016

EL CAOS DEL ORDEN

Todo está en orden, no hay nada fuera de lugar. Salvo por un detalle que advertís al final de la tarde, cuando por fin te disponés a descansar esos quince minutos de gloria antes de que lleguen los destructores de hogar.Las remeras dobladas, como siempre, separadas por color, prioridad de uso y estado; las de entrecasa, descoloridas, a la vista; las que todavía pueden usarse y están medianamente presentables, arriba; y las nuevas con ese aroma puro, y virginal, escondidas debajo de todo. Las camisas planchadas, dobladas y guardadas en bolsas plásticas transparentes e individuales, conservando un estado impoluto y la sensación de algo preciado, coleccionable. Los calzoncillos en su correspondiente cajón, el primero, para recordarles que el aseo es fundamental en la vida. Las medias en el segundo, blancas de un lado, color del otro. Los sweaters, todos lavados, por suerte, gracias al atípico día soleado, fresco y seco que permitió ese milagro en una ciudad tan adicta a la humedad. Contemplás unos segundos esa obra maestra del orden con satisfacción. Los pisos ahora resplandecen, brillantes; abrís la puerta de entrada después de dejar las bolsas de consorcio que ahora esperan al camión de la basura y sentís el olor a cera impregnado en el aire llenando toda la casa de una pureza indescriptible. En el baño, el jabón líquido de almendras alegra tus manos, refresca tu cara el perfume suavizante de la toalla. En la cama, las sábanas limpias, lisas, casi nuevas te invitan a dejarte caer. Un día más y el trabajo bien hecho. Y esos quince minutos que se asoman después de una mirada final al entorno y, realmente, todo está en orden. Pero un movimiento mecánico e instintivo te lleva a registrar los cajones que se ocultan a la revisión. Notás que algo falta en el segundo cajón. Es la compañera de una media de color rojo. En el recorrido mental de los movimientos no encontrás error alguno. Recordás el momento de poner la ropa a lavar. El momento de sacar la ropa antes de colgarla en el tender. Tu mente guía los pasos pero nada, un vacío. Olor a desinfectantes, lavandina, suavizante y ropa blanca, de un blanco que ciega. Quizás la confusión de la limpieza: lavar platos, barrer pisos, tirar basura, planchar, doblar, guardar, en fin, todo eso te llevó a un error y la media roja terminó en la bolsa de consorcio. Pudo haber sido un gato, pensás, de esos que merodean en la terraza. Como sea pero no saber te desespera. La angustia, sentir la falta. Revolvés el primer cajón, quizás se confundió con el calzoncillo rojo a rayas negras. Sacás el cajón de las medias y todo lo que hay adentro, para revisarlo mejor. Sacás el primer cajón, el mismo procedimiento. Descolgás los abrigos, porque tal vez cayó en el piso del placard. Te acordás que hoy, viernes, cambiaste las sábanas, seguramente quedó atrapada entre ellas. Deshacés la cama pero no está. Las sábanas en el piso. Levantás el colchón, pero nada. Revisás debajo de la cama, de la cómoda. La tarde se hace noche, el ánimo impotente, desesperación, sentís hambre, furia por esa inconcebible e inexplicable desaparición. Se te cierra el estómago a la fuerza. Con resignada y falsa calma buscás en el lavadero, debajo del lavarropas. En la cocina, el estómago te cruje. Pero no aparece y no te queda otra que convencerte de que nunca aparecerá y de que si hay alguien que sabe el lugar donde están las cosas no sos vos. Tirás la otra infeliz media compañera en el tacho de la basura mientras contemplás el desorden y escuchás los gritos que vienen de la puerta de entrada.


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